miércoles, 16 de marzo de 2011

TEMA 13. LA RESTAURACIÓN. EL CACIQUISMO

El cacique era un oligarca local cuyo poder procedía de sus propiedades rurales y de los servicios prestados a su partido. El abogado o terrateniente se convertía, como político nacional, en el representante de su región, y defendía los intereses de su partido. Creaban clientelas a la que protegían de la justicia, los impuestos o las obligaciones militares. Y a cambio, estas clientelas controlaban los resultados electorales y conseguían el poder local.

espacioEl caciquismo, que Joaquín Costa llamó “la verdadera constitución de España” era un residuo del feudalismo y el medio de extensión del poder central en las provincias ante el subdesarrollo de mecanismos de control local más democráticos y modernos.

Este sistema se prolongó e intensificó a causa de la ignorancia política y de la apatía del electorado español, unidas al predominio de las familias de grandes propietarios locales deseosos de mantener por cualquier medio los “legítimos intereses de la propiedad” y la manipulación de los gobiernos municipal y provincial, subordinados a sus intereses. En la ciudad, la aristocracia había conservado su clientela urbana mediante la caridad y el favoritismo, repartiendo mercedes entre las familias de los votantes cuyas necesidades conocían.

Los caciques compraban lealtades malversando fondos públicos para fines privados en una red impenetrable de corrupción e influencias. El resultado fue un sistema electoral ajeno a la voluntad de la mayoría de los españoles, una administración ineficaz y una justicia al servicio de los poderosos.

Fuente: http://recursostic.educacion.es/kairos/web/ensenanzas/bachillerato/espana/restauracion_01_03.html


El Caciquismo: Almirall denuncia el sistema caciquil (¿1886?)
"Si no fuera por las grandes desgracias que causan al país, nuestras elecciones serían uno de los espectáculos mas divertidos que podrían verse en Europa. Realmente sólo tenemos una mala parodia de elecciones. Listas de electores, urnas, escrutinios, todo está falsificado. En España, las elecciones no son más que una farsa digna de ser puesta en música por Offenbach o Suppé (...). Entre nosotros reina la farsa en toda su desnudez, una farsa completa, especial y exclusiva de las elecciones españolas; tanto si el sufragio es universal como si es restringido, nunca hay más que un solo y único elector: el ministro de Gobernación. Este con sus gobernadores de provincia y el innumerable ejército de empleados de todas clases, sin excluir a los altos dignatarios de la magistratura y el profesorado, prepara, ejecuta y consuma las elecciones (...). Para confeccionar las listas de electores se colocan algunos nombres verdaderos en medio de una multitud de imaginarios y, especialmente, difuntos. La representación de estos últimos siempre se otorga a agentes vestidos de paisano para ir a votar. El autor de estas líneas ha visto muchas veces cómo su padre, muerto ya hace algunos años, iba a depositar su voto en la urna bajo la figura de un basurero de la capital o de un individuo de policía, vestido con ropa de otro. Los individuos que forman las mesas en los colegios electorales presencian con frecuencia parecidas transmigraciones de las almas de sus padres (...). Lo que hacen es, pura y simplemente, aumentar el número de votos emitidos para tener asegurada la elección (...). En este terreno traspasan frecuentemente los límites de lo grotesco y de lo inimaginable. Para dar una ligera idea citaremos el caso de un brigadier, candidato ministerial por el distrito de Berga, que obtuvo mas de un millón y medio de votos, por mas que aquel distrito no tenga más que algunos miles de habitantes (...). El vencedor se presentó con la mayor seriedad al Congreso, el cual declaró válida la elección con toda la frescura del mundo. Y no se crea que éste sea un hecho extraordinario. En el caso presente, la única cosa extraordinaria es la exageración del número. El hecho en sí es tan común que se repite en todas las elecciones, sin excepción (...). Las maniobras hasta aquí mencionadas no son más que los de la cara real de nuestros políticos en la cuestión electoral (...). Llegó lo grotesco hasta el punto de instalar colegios electorales en el local de los círculos pertenecientes al partido dominante, prohibiéndose la entrada a todos los que no eran socios. Otras veces se colocaba la urna en el último piso de la casa, la puerta de la cual estaba cerrada, y los electores entraban por una ventana, subiendo por una escalera de mano, de la cual sólo podían servirse los amigos. También de aquella época data el uso de las urnas de doble fondo (...). Hemos visto también, con frecuencia, ocupados los colegios electorales por fuerzas del ejército y la tropa yendo a votar con sus jefes al frente. Más de una vez, las urnas han sido secuestradas por la policía antes de comenzar el recuento y enviadas al gobierno civil para efectuar un escrutinio favorable al candidato ministerial, que de esta forma se convertía en un , como así son denominados en el político los candidatos resucitados como el Lázaro de la Biblia"
(Nueva Hª de España, T 16: La Restauración; Ed. Edaf, Madrid, 1973; pag. 102-3)

1 comentario:

  1. El caciquismo... cada vez que lo leo pienso que aún es nuestros dás se pone en práctica.

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